El primer largometraje de Pere Portabella se adscribió al experimentalismo más arriesgado, siguiendo vagamente los principios de la llamada "escuela de Barcelona". Pretende interrelacionar el cine con la vanguardia de las demás artes, y en este sentido resulta significativa la colaboración de personajes como el poeta Brossa, el compositor Mestres Quadreny y artistas plásticos como Tàpies, Saura o Joan Ponç. El resultado es tan atractivo como hermético.