Mariano sobrevive como distribuidor de cassettes de ínfima calidad para bares de carretera. Una noche, conduciendo con alguna copa de más, termina con su coche en una plantación clandestina de marihuana que, en ese momento, la guardia civil se dispone a quemar. Con la confusión y los alucinógenos vapores, Mariano cree haber visto a la Virgen y así lo relata en un pueblo cercano a los participantes de una procesión rogativa para que llueva. Gracias a los cuidados de una monja y a los servicios de un avispado showman, Mariano se convertirá de la noche a la mañana en un santón iluminado.